Este año algunas de la personas más interesantes
que he conocido, son personas que no he visto
ni he escuchado personalmente.
Leer lo que escriben
en sus blogs me ha ayudado, sin embargo, a expandir
viejos intereses, maneras distintas de ver y pensar las
cosas que, por alguna razón, estaban ausentes
de muchos de mis vínculos cotidianos.
Tan usuales se han vuelto esos cambios
que ahora me detengo, casi sin darme cuenta,
en medio de una conversación con L, que sigue
un curso y un ritmo más o menos usual, y cuándo
me pregunta qué estoy pensando, le hablo acerca de éstos temas y blogs,
sobre los que leo de otras personas y escribo.
Hablamos de las consecuencias de ser una persona adulta,
o en cómo impactan en la felicidad los estímulos diarios,
o en lo importante que me parece ahora detenerme en
lo que estoy haciendo, atender y disfrutar: el sonido de la lluvia
en el techito de atrás, el viento fresco que interrumpe el
pronto verano, el sabor del té. Y entonces ocurre algo extraño.
L se entusiasma, endereza su silla y empieza a contar como él
ha estado pensando también en cosas parecidas.
Y la conversación se vuelve mucho más interesante.
Todo porque, sin saberlo, el mundo virtual y el mundo de la vida diaria,
el de las personas próximas y el de las distantes... en tierras lejanas,
han entrado en contacto.